domingo, 5 de junio de 2011

EL BUSCADOR DE GEMAS

El mercado de pedruscos
EL BUSCADOR DE GEMAS

Pep Gisbert

Eutimio extrajo con lentitud el espectroscopio del bolsillo y observó cuidadosamente el pedrusco. Era una de las mejores esmeraldas que jamás había tenido en sus manos.

Levantó los ojos hacia el garimpeiro que le ofr ecía la mercancía, e inalterable lanzó un montón de falsedades envueltas en jerga técnica:

-No se puede tallar en una sola pieza, habrá que dividirla en tres para evitar los defectos con el consiguiente desperdicio, además la calidad es de regular a baja.........................

El trabajo cotidiano no le había permitido superar el status de una roñosa clase media en Zaragoza y, harto de pedruscos mediocres, había vendido todas sus pertenencias con el demente convencimiento de que una aventura en Colombia, sazonada con contrabando y estafa, iba a ser su bonoloto millonaria.

Sus veinte años de experiencia como gemólogo le dotaban de una formación excepcional para el tráfico de piedras preciosas y ya iba siendo hora de hacer grandes negocios y jubilar de una vez por todas sus trapacerías provincianas.

De todo eso se acordaba muy bien, igual que recordaba al detalle la trifulca de despedida con Fernando:

-Abandonarlo todo después de veinte años !empiezas a chochear Eutimio! ¿Que haré, yo, ahora, sólo?.

-El que hayas sido mi socio no te da derecho a insultarme. He agotado mi capacidad de vender cadenitas de oro a carcamales y mamacallos enamoradizos. El otro día tuve que aguantar a un demente atacado de estulticia amorosa que deseaba un anillo de diamantes para el dedo meñique del pie derecho de su Julieta. ¡Que no, Fernando! ¡Estoy hasta el gorro!. Y esto de la libertad de horarios ha sido la gota que ha colmado el vaso. Si te complace pasarte sábados y domingos rodeado de viejas, paletos de pueblo y amantes decimonónicos, es tu problema, ¡yo me largo!.

Fernando, en un gesto tragicómico, cogió una alianza de
diamantes y se la of reció mientras decía con voz afeminada:

-¡Adiós Eutimio! ¡No te olvidaré jamás!

Eutimio arrojó con furia el anillo y salió de la joyería hecho un basilisco.

-¡Lo que faltaba! Ya había aguantado bastantes bromas sobre su soltería para que encima Fernandito le viniera con rechiflas adicionales.

Todo aquello lo recordaba muy bien pero, tras el negocio con los garimpeiros en minas Gerais, lo sucedido comenzaba a volverse nebuloso.

Si, había conseguido una partida de esmeraldas que puestas en Madrid, podría colocar obteniendo unos treinta kilos. ¡Y sólo por ochocientas mil pesetas al cambio!. Realmente era un hacha del regateo y la mangonería.

Antes de comenzar con el rosario de autobuses que lo devolvieran a Caracas4, le venció su afán coleccionista y se volvió a recorrer el mercado de gemas. Como había empleado toda su liquidez monetaria en el asunto de los berilos de "calidad" tuvo que recurrir al trueque. Su reloj de oro lo cambió por una aguamarina, los gemelos y el alfıler de la corbata fueron el justo precio de una increíbles turmalinas, pero cuando se sorprendió dando sus zapatos nuevos como pago de un coquetuelo ojo de tigre, comprendió que debía huir de aquel lugar de tentación o acabaría haciendo alguna tontería.

Había tenido suerte, en el asiento adyacente de la primera de las doce guaguas que, tras 56 horas de viaje, acabarían arrojando sus doloridos huesos en la capital, se había sentado ella. Era una jovencita hermosa y educada que le habló de Vd.. en todo momento.

Llevaba una falda hasta los pies que apenas dejaba entrever sus tobillos y, a pesar de ello, -o maravilla de las maravillas- había mantenido a Eutimio, durante todo el viaje, de un color rubí y una temperatura infernal.

-¿Me sujeta la cintura?, no vaya a caerme con estos saltos, le susurraba cada veinte minutos para subir y bajar el bolso del portamaletas con el autobús en marcha.

-¿Me da un empujoncito?, solicitaba para subir al vehículo después de cada uno de los descansos.

-Mire aquellos ranchitos, que preciosos son; y al señalar le metía en el ojo, al desventurado solterón, uno de sus orondos y turgentes senos.

- Debía ser por aquella continua calentura que los recuerdos eran vaporosos. No obstante creía acordarse de que, en la primera noche de viaje, durante la cena, ella, le había tirado de la lengua y se había enterado de todos sus negocios pasados, presentes y futuros

Pero era en la segunda noche de viaje donde los recuerdos se desvanecían. Alcanzaba a entrever una invitación de su señorita a unas copitas de agua del Carmen, -que cura los ahogos- le había asegurado al verlo tan acalorado tras el último empujoncito. Una deliciosa y subyugante agua del carmen, un verdadero licor celestial ............ Luego estaba aquel apartamento, algunas imágenes sueltas incomprensibles y !aquel terrible dolor de cabeza¡.
Al día siguiente, sereno y con las ideas más aclaradas, telefoneó a su madre desde el pisito donde se encontraba:
-Si mama !me lo robaron¡. Me ha robado el corazón y se llama Gema.
Mientras, en el sofá, nuestra Gema releía con insidioso placer y fruición femenina, el fruto de la segunda noche de viaje que todavía destilaba pecaminosa seducción alcohólica. La chica del autobús esgrimía en sus manos un certificado de matrimonio que le otorgaba poder legal para administrar la vida y la hacienda de nuestro gemólogo.
De fondo se oía la voz de Eutimio:
Si mama, Gema es una joya, se ocupa de todo. Sí mama, no te preocupes mamá, ha vendido algunas piedras para comprar el apartamentito y piensa que de momento es mejor que nosotros vivamos acá y tu vivas allá.....
No, no hace falta que vengas mamá ..............

El autobús de la gema

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