miércoles, 25 de mayo de 2011

TRATADO DE AMOR PARA LECHONES


Memorial: Tratado de amor para lechones
Escrito y pergeñado por el afamado cuentista Pep Gisbert
Érase una vez que se era un planeta insulso llamado “Memos”. Los habitantes de este planeta, es decir los “idems” eran muy conservadores; tenían unas extrañas costumbres que repetía compulsivamente año tras año.
La más sonada de estas costumbre era la ceremonia de apadrinamiento en la que todos los jóvenes que cumplían 15 años adoptaban un objeto al que se comprometían a cuidar el resto de su vida.
Cada año el objeto a adoptar era distinto. El espécimen concreto a cuidar se determinaba con un sorteo que se celebraba veinte días antes de la ceremonia oficial de apadrinamiento.
Cinco años antes de la fecha que nos ocupa, en el bombo del apadrinamiento salió elegida “la flauta”. Un quinquenio después, aquella generación de quinceañeros “Memos” había limpiado religiosa y semanalmente sus flautas, había tenido numerosas reyertas internas sobre quien poseía el instrumento mas largo y escoscado, pero -eso sí- ninguno de ellos sabía tocar la flauta.
Los hechos que nos interesan sucedieron cuando “Tico”, un Memo sensible y simpático cumplía 15 años. Ese año el bombo eligió como objeto para apadrinar a “La Flor”.
Veinte días después los quinceañeros comenzaron –a 1 m. de distancia y sin poder manosearlas- a elegir su flor .
Tico repasó un sinfín de flores perfectas, con colores impactantes y pétalos armónicos; todas ellas le resultaron inquietantes, sus líneas impolutas las percibía como antinaturales y las flores pasaban ante el sin que se decidiera por ninguna, finalmente vio  una vigorosa y desgarbada, con todas su hojas distintas, incluso con una de ellas marchita  y con un encanto natural. La eligió para cuidarla sin percatarse de que era el último en hacer su elección.
Cuando nuestro hombre salió con su flor en la mano se hizo un gran silencio, pues todos sus colegas comprendieron súbitamente que Tico era el único que no había elegido una flor de plástico, su flor era de verdad.
Memolesta, una adolescente que se creía muy lista, rompió el incomodo silencio diciendo:
Mi elección ha sido la mejor posible, esta flor de forma y color perfecto no necesita que se riegue, permanecerá inmutable para mi solaz  y yo conseguiré cuidarla sin que una gota de sudor empañe mi sueño dorado.
            Tico no escuchó a Memolesta pues estaba reflexionando sobre algo recién descubierto y que ahora le resultaba obvio.:
“Una flor de verdad se diferencia de una de plástico en que tiene personalidad y defectos” y este aserto lo fascinaba.
Tico tuvo que asumir su elección, todos los otoños sufría viendo como poco a poco su flor perdía las hojas, ese dolor se hacia máximo cuando se marchitaba y moría en invierno, pero en primavera unos brotecillos verdes le devolvían la esperanza , una esperanza que explotaba en gozo cuando –a comienzos del verano- su flor recuperaba todo su esplendor.
Aquellos sentimientos eran desconocido en Memolandia, y el fenómeno atrajo la curiosidad de todos los psiquiatras memos, que en atención a la víctima llamaron al fenómeno “comportamiento neuro-Tico”.
Para desmentir este diagnóstico psicológico el comportamiento se extendió como una enfermedad infecciosa a un gran número de habitantes que se pusieron al tajo de cambiar costumbres Memas.
Así la mayoría de los memos, que siempre habían aspirado -en silencio- a vivir del cuento,  salieron del armario proponiendo un nombre para el planeta acorde con sus más hondas aspiraciones.
La  asociación por la prejubilación a los 30 años, proponía el topónimo de “Mamemos”,  los colegios profesionales, militares, policías y otros gremios  querían que su planeta fuera “Mamones”; Los funcionarios de izquierda reivindicaban -justificandolo con una alegato de 12 memorandums- el término de “Tardimemos”, los funcionarios de derecha, se contentaban con “Mamamos”. Un colectivo de empresarios de la construcción proponía “Exprimemos”, los votantes de izquierda defendían en las barricadas el término laico de “Memomártires”, mientra los votantes de derechas haciendo gala de un importante proceso autocontemplativo indicaban que sólo aceptarían el término “Melones”; frente a todo este desmán iconoclasta el sínodo de todas las iglesias -por una vez de acuerdo- se mantenía firme en el su máxima “Siempre Memos”.
En medio de aquel caos, la asociación para la pureza del Memo propuso retirarle la nacionalidad al Tico.
Sus partidarios fueron a ver a Tico notablemente alterados, Tico les calmó diciendoles:
No odiemos,  sólo amemos,
Esta fue su ultima memez, después de ser tan conciliador y como premio, desposeyeron a Tico de su nacionalidad y ya nunca más fue Memo; de la mano de estás experiencias publicó su famoso libo:
“El querer verdadero no tiene nada que ver con el  amar de Memos”
Espero, queridos escuchacuentos, que os compréis el libro de Tico y aprendáis a querer de verdad sin hacer el “Memo”.
También os recomiendo vivamente que –si por un casual habéis nacido en Memos-, hagáis méritos suficientes para que os retiren la nacionalidad.

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